El pasado domingo se nos brindaba
la oportunidad de volver a disfrutar de las actividades propuestas por una de
las bodegas de Navarra, aunque es este caso concreto, no era la bodega la que
hacía el llamamiento, sino el trujal que la bodega Nekeas de Añorbe tiene en sus instalaciones desde hace unos
años.
Enclavada en un magnífico paraje
del valle de las Nekeas, en la comarca navarra de Valdizarbe, Bodega Nekeas
lleva desde un cuarto de siglo elaborando unos vinos de grandísimo nivel. La
aventura empresarial comenzó con las propias gentes del pueblo de Añorbe cuando
fundaron la cooperativa agraria que dio origen a lo que es la bodega actual en
1992. Desde ese momento, sus caldos han sido reconocidos y premiados no solo en
España, sino en multitud de países que han reconocido su calidad. Hace un par
de años, con la bodega muy bien asentada como una de las más destacadas de
Navarra, se embarcaron en un nuevo proyecto oleícola con la intención cual
ofrecer al mercado un aceite de oliva virgen extra de calidad reconocida. El
resultado es magnífico, no solo por la calidad del aceite, sino por su
etiqueta, que me parece de las más bonitas que he visto. Representa a una
aldeana recogiendo lo que podrían ser las olivas, pero haciendo una
interpretación más profunda y conociendo donde está el trujal, en pleno Camino
de Santiago, la cara de esta aldeana representa la pintura románica de los
ábsides de las iglesias del Camino, y lo que recoge no son olivas, son
estrellas, ya que el Camino de Santiago es conocido también como "El
Camino de las Estrellas".
Y esta era el motivo para
organizar este pequeña fiesta en la explanada que se abre en la entrada
principal de la bodega con unas fantásticas vistas de las viñas, los olivares, los
pequeños pueblos vecinos o los aerogeneradores que coronan las crestas de las
sierras de toda esta zona. Ya conocíamos la bodega y sus vinos, y era
inevitable pensar que si a esos vinos le sumábamos el pan tostado con aceite y
la chistorra asada con madera de sarmiento, la jornada podía ser de órdago.
A las once en punto de la mañana,
obedeciendo a la hora que marcaba el "programa" oficial del festejo,
llegamos a la bodega, y ya se olía al pan recién tostado que iba siendo bien
empapado en el exquisito aceite. En la primera campaña con trujal propio se
embotelló aceite de variedad arbequina, y esta año se ha dado un paso adelante
con un coupage de arbequina y arróniz, variedad de oliva autóctona de Navarra.
Gracias a esta variedad de oliva, Bruselas otorgó recientemente la categoría de
Denominación de Origen Protegida al aceite de oliva de Navarra.
El vino rosado de la bodega, un
excelente vino obtenido por el sangrado de las uvas de la variedad garnacha,
muy frutal y aromático, se iba refrescando en las cubiteras repartidas por las barricas
que hacían las veces de mesas. Un buen vino siempre es un buen acompañante para
un buen aceite de oliva virgen extra, y si el calor va apretando por momentos,
más aún. En cuanto dimos el primer mordisco al pan aún templado con el aceite,
afrutado y con un punto picante, dimos por bueno el pequeño viaje hasta Añorbe.
Además, el día nos iba a deparar unas cuantas anécdotas simpáticas en forma de
frases o actos que se fueron desarrollando según iba llegando la gente. Para mi
desgracia, todas fueron bastante reprobables porque no se debería llegar a
ciertos niveles de estupidez o mala educación.
En dos de las anécdotas los
protagonistas fueron niños, a los cuales no se les puede reprochar nada: ellos
hacen o dicen lo que ven en casa, y en ocasiones, hacen o dicen cosas que
demuestran que en sus casas no se hacen ciertas cosas. Todo esto viene a
colación porque un niño le decía a su madre que el no quería pan con
"eso". "Eso" a lo que se refería el niño era ni más ni
menos que el aceite de oliva que empapaba y enriquecía el pan hasta darle la
categoría de "manjar". Pues bien, ese niño, que no era precisamente
un bebé, posiblemente no sabía lo que era el aceite. Desconozco si en su casa
se utiliza aceite de oliva, pero no me extrañaría que brillara por su ausencia:
en lugar de cocinar con el u ofrecerlo en desayunos como un alimento indispensable
para la buena dieta, es mejor recurrir a la bollería industrial para el
desayuno y la merienda y precocinados para la comida y la cena, en forma de
nuggets de pollo e imitaciones de pechugas de pavo llamados algo así como
"Vuelta y vuelta". En este caso, es cuestión de reeducar a los
padres, porque si no, la siguiente generación será aún peor que esta. Por si
esto no hubiera sido todo un atentado contra el buen gusto y la dieta mediterránea,
al poco tiempo, tres niñas se quejaban de que ellas tampoco querían el pan con
"eso". La chistorra asada en la parrilla con la brasa de los
sarmientos ya había aparecido en las mesas y ellas solicitaban pan normal y
corriente, sin aceite y sin tostar. Cuando al fin lo consiguieron, no se
cortaron ni un pelo en abalanzarse sobre la chistorra, cogerla absolutamente
toda, rellenarse la rebanada de pan e irse felices y contentas a almorzar. La
estupefacción de los que nos habíamos quedado sin chistorra era inversamente
proporcional al pasotismo de los padres de las criaturas, que vieron como sus
niñas se comportaban de una forma asquerosamente egoísta y ambiciosa y encima,
lo aprobarían dándose auto-palmaditas de buen progenitor. No les dije nada
porque encima podía salir perdiendo y, que quieren que les diga, el día era
precioso para cabrearse.
Menos mal que a los pocos minutos
escuché una frase que irremediablemente, pasará a los anales de las frases
gloriosas que he escuchado. En este caso era una señorita muy fina y peripuesta
que cogió su rebanada de pan tostado con aceite y lanzo las dos siguiente
sentencias: ¿y esto se come así? ¿Donde
está el jamón? Pude contener la carcajada por temor a atragantarme con la
chistorra, pero no olvidaré esto jamás. Entiendo que la chica, presumiblemente
de alta alcurnia, nunca había comido pan con aceite a secas...eso es cosa de
pobres. Para ella el jamón (de bellota intuyo) era parte fundamental de ese
triunvirato ibérico y no entendía como no había un maestro jamonero con
cuchillo y pinzas sacando finas lonchas al pata negra. Al final me imagino que
haría de tripas corazón y se lo comería solo, con chistorra navarra o huiría
lejos de ese lugar tan vulgar para refugiarse en el lujo que parecía añorar!!
Y así pasamos la mañana, entre
pan con aceite, chistorra y vinos tintos de garnacha joven y chardonnay del año
que acompañaron al rosado. Nos acoplamos a una de las visitas para pasear por
el interior de la bodega y el trujal y ya que estábamos allí, aprovechamos para
comprar unas copas y catar tres vinos, todos excelentes (apunten: El Chaparral
de Vega Sindoa, garnachas viejas de más de 80 años, un tinto excelente, sedoso,
frutal, maduro, aromático y muy muy goloso. Sigan apuntando: Chardonnay Cuvée Allier,
fermentado en barrica de roble francés de 4 a 6 meses, muy aromático, vainilla,
caramelo, plátano muy maduro, potente en boca, con la presencia de la madera
pero de una manera suave y agradable...se puede alargar perfectamente durante
toda la comida, créanme).
Al final, junto con las copas,
dos botellas se vinieron a casa con nosotros...ya estoy pensando como darles su
buen merecido.
Gracias a la bodega Nekeas por
permitirnos acompañarles en ese día tan estupendo, a Paco San Martín por su
sabiduría y a Manolo Urricelqui y Concha Vecino por su saber hacer en el campo
con las viñas y en la bodega con los vinos, haciendo todo esto extensible a los
que forman parte de la familia Nekas.