domingo, 7 de julio de 2013

FELIZ CUMPLEAÑOS, MAMÁ


"Con ajo, cebolla, pimiento y tomate puedes mover el mundo". Era su frase de cabecera en lo que al mundo de la cocina se refería. Me lo repitió varias veces cuando me fui a Madrid a estudiar mi postgrado de diseño e iba a vivir en un piso compartido, en el que tendría que, al menos, hacer la comida para mí.

Nunca fue una mujer de gustos extraños o muy exquisitos. Creo que nunca fue a comer o cenar a un restaurante de lujo o de más de cuatro ceros en pesetas, porque siempre decía que no había porque pagar mucho dinero para comer manjares y disfrutarlos. Solo había que encontrar el momento y la compañía adecuada para que unos tomates, un buen pan y un trozo de morcilla de su pueblo le supiera mejor que el caviar más selecto. Y doy fe que lo disfrutaba mucho en nuestras habituales salidas al campo cuando el buen tiempo empezaba a sentirse allá por el mes de abril.

En casa, la rutina de cualquier ama de casa amante de la cocina tradicional: legumbres un par de veces por semana, plato único por lo general: era imposible comerse un segundo plato después de empujarte un buen potaje de garbanzos, un plato de lentejas con monterilla o unas habichuelas con chorizo que hubiera cocinado mi madre. La cuchara era su cubierto preferido, y disfrutaba como nadie con un buen guiso, daba igual que fuera un estofado de ternera, arroz con patatas y bacalao o un buen cocido con todos sus nobles acompañantes. Los pimientos verdes fritos eran su auténtica perdición, y me contaba que durante un embarazo, no sé si el mío o el de mi hermano, ese fue el único antojo que tuvo, nada de fresas salvajes mojadas con champagne rosé o helado de chocolate belga que solo podrían vender en una pequeña heladería artesana del casco viejo de Amberes.

Siempre decía que cuando tenía prisa, por la razón que fuera, la comida le salía mejor, aunque yo no me lo creo: jamás hizo un plato malo, nunca tuvimos que darlo por incomible y recurrir al socorrido huevo frito para calmar el apetito frustrado por un mal guiso. Bordaba la paella (o "arroz con cosas", ya que una cordobesa residente en el Campo de Calatrava ciudadrealeño no tenía mucha idea de preparar una auténtica paella ni los ingredientes originales para hacerla), hacía un salmorejo para morirse del gusto (ganó varios concursos de cocina con el) y su invento del "pollo a la olla" nos dio grandes momentos culinarios en casa, rechupeteándonos los dedos de puro placer. Sorprendentemente, sabiendo que mucha gente de cierta edad es reticente a probar cosas nuevas, mi madre se aficionó a la comida china cuando la convencí para que la probara, le gustaba comerse un kebab cuando íbamos a Madrid o nos animaba a ir a McDonalds para traernos la cena de vez en cuando y se pedía también su menú con patatas y refresco mediano.

Pero como más y mejor disfrutaba era con un trozo de queso del que mi tía hacía con la leche de sus ovejas, con la morcilla y el chorizo de la matanza o con un "pipirrana" de tomate, cebolla y atún y un buen melón de postre. Las cenas de verano en el patio de nuestra casa, bajo el frescor de la parra eran algo que jamás podré olvidar. Ahora el patio de mi casa natal está arreglado y embaldosado, ya no está la parra que nos surtía de postre gran parte del otoño, ni el laurel, ni las lilas ni el jazmín. Y está muy bonito, pero a mí ya no me gusta tanto como antes. La cocina que hicimos en el patio, para poder cocinar en ella durante el verano, mi madre casi no pudo estrenarla, y pasar a ella me sigue produciendo mucho desasosiego y tristeza.

Mi afición por la cocina viene desde lejos, casi a modo de herencia. Mi madre era una excelente cocinera, sin artificios, sin innovaciones muy estrafalarias, fiel a las recetas caseras de toda la vida, las que han sacado adelante a millones de generaciones en este país. Su madre, que es mi abuela, fue la que le pasó toda su sabiduría de los fogones y creo que mi especial vinculación a mi familia materna ha sido suficiente para que el gusanillo de la cocina se esté convirtiendo en una boa constrictor que se está apoderando de casi toda mi vida actual. El viernes me llevé una pequeña pero esperada desilusión al saber que, de momento, no me han cogido para cursar alguno de los dos ciclos formativos de cocina en los que me había matriculado. Quería seguir formándome en otro campo diferente al mi sector profesional del diseño, que tan de capa caída está. También en cierto modo me hacía ilusión tomar el relevo a lo que mi hermano empezó con ilusión hace más de cinco años y que la maldita enfermedad no le dejó terminar. Esperaremos a septiembre por si alguna plaza queda libre...

Me encantaría poder hablar con mi madre todos los días, mandarle las fotos de los platos que Ester y yo cocinamos en casa a diario, en lo que parecen comidas de domingo: asados, risottos, lasañas, ricas y completas ensaladas, muchas veces regadas por buenos vinos de Navarra...no hay que esperar al fin de semana o a los festivos para comer bien. Seguro que podría solucionarme algunas dudas que me surgen con las cantidades de este o aquel ingrediente o animarme a preparar esto o aquello. Y me encantaría cocinar para ella, como tantas veces cocinó ella para mí. Creo que la frase que más he repetido en mi vida ha sido "Mamá, que vamos a comer mañana", y si ya lo tenía pensado, me lo confirmaba y la comida del día siguiente me gustaba especialmente, ya no podía pensar en otra cosa. No me cansaba de alabar lo que me estaba comiendo, porque lo disfrutaba más que cualquier otra cosa en el mundo.

Hoy es 7 de julio, día de San Fermín y fiesta grande en Pamplona. La gente de esta ciudad está feliz y contenta celebrando la fiesta en honor al patrón morenico del capote rojo. Y mi madre cumpliría y cumple 58 años, pero no puedo felicitarla vestido de blanco y rojo, ni invitarla a pasar unos días de fiesta con nosotros. Y me jode, y me emociona como me emocionaba en el momento en que escribía este texto recordándola y echándola tanto de menos. Es muy difícil creer que una sola persona pudiera unir tanto a una familia como mi madre lo hacía y que ahora ya no es como antes por las circunstancias de la vida. Pero su recuerdo sigue ahí, constante día tras día, y espero que la vida me dé la oportunidad de poder ser todo lo feliz que era cuando la tenía a mi lado, sobre todo encontrando un trabajo. Seis años ya sin ella son duros de llevar, pero la vida sigue, imparable e imprevisible. Me queda recordar su espontaneidad, su sonrisa y su presencia en la cocina, como una sencilla ama de casa amante de la vida cotidiana y que tan sumamente bien supo cuidar de su familia.


Por ella y por todas las madres como ella...FELIZ CUMPLEAÑOS, MAMÁ!!!

1 comentario:

  1. Me emociona tu comentario por su serenidad, por el amor infinito que desprende, porque yo acabo de cumplir esa edad y mi nieta mayor ha cumplido 4 años este mismo día 7 de julio. Me emociona porque reflejas a mi madre, a mi abuela, a mi misma, a lo que yo les he inculcado a mis hijas y espero hacer con mis nietos. Suerte en tus proyectos y sigue practicando y transmitiendo la cocina que mejor dominas, la que te enseñó tu madre entre cazos, sartenes, y amor.

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