Si tus gustos se
reparten a partes iguales entre cultura y gastronomía, Francia debería ser uno
de tus destinos obligados. Los hemos podido comprobar en los tres días en los
que hemos recorrido una pequeña parte de Francia, por la región del Mediodía (Midi-Pyrenees),
la provincia de la Dordoña y la prefectura del Perigord Noir.
De toda la vida se
ha hablado del buen gusto de los franceses por la gastronomía, y si bien no
hemos ido a ningún restaurante de lujo (ni nos lo podemos permitir ni creo que
sea obligatorio para disfrutar de la buena mesa gala), todo lo que hemos visto,
comido y comprado resume a las mil maravillas que esta gente dis
Si bien el primer
día tuvimos que recurrir a un pequeño bocadillo porque llegamos a Toulouse a
las 15:00 h. (hora intempestiva para comer en un país que se sienta a la mesa a
las 12 del mediodía), ya esa misma noche, deambulando por callejuelas entre la
iglesia de Saint Sernin, la Plaza del Capitolio y Rue de Metz, acabamos en la
Rue des Marchands, en un simpático bistrot con el mismo nombre, Le Bistrot des
Marchands. Buen house francés como banda sonora, clientela habitual a tenor de
como saludaban a los camareros (eso es importante, visitar los sitios
frecuentados por los propios lugareños) y una carta sencilla e informal, pero
bastante interesante.
Mientras intentábamos descifrarla (al menos yo con mis
rudimentarios y casi inexistentes conocimientos de francés), apareció uno de
los camareros con un tabla de madera llena de embutidos. Eso era la “Planche de
charcuterie et agrumes”, que no era otra otra que eso mismo, un surtido de
embutidos franceses variados, acompañados de encurtidos, ensalada con una
vinagreta de mostaza de Dijon y un “cornette de frites maison”, un perolete de
barro lleno de patatas fritas caseras con una rica salsa cocktail. Y como nos
pareció una manera estupenda de conocer la famosa charcutería de la zona de
Aquitania y el Midi, pues nos pedimos una.
Y si que estaba buena, con varias
lonchas de jamón de Bayona, speck, sauccison (salchichón francés), chorizo
curado, paté de campaña, “coppa” (lomo embuchado) y “boudin noir”, una especie
de morcilla negra tierna muy sabrosa. Acompañado de pepinillos y guindillas
picantes, y con unas gloriosas rebanadas de pan francés, era toda una delicia,
por muy sencillo que fuera. El paté de campaña era tan rico y con unos trozos
de carne tan grandes y jugosos que nos costó adivinar que era!
Al día siguiente
poníamos rumbo a Albí, uno de los puntos fuertes del viaje. Llevaba muchos años
deseando visitar esta coqueta ciudad, situada a orillas del río Tarn. Su
catedral, dedicada a Santa Cecilia, es el edificio de ladrillo más grande de
Europa y realmente impresiona cuando te sitúas a sus pies. Nada más llegar, nos metimos en un mercado cubierto lleno de auténticos manjares, y ahí es donde compramos los primeros vinos, de la AOC Gaillac, la denominación local de esa zona.
Después de una
interesante visita, y con ganas de ver el museo de Toulouse-Lautrec
(el nombre más famoso que ha dado la ciudad de Albi), nos metimos en un coqueto
restaurante de comida casera, "La Berbie", para disfrutar de otra de
las especialidades de la región: el "cassoulet". Es un guiso de
alubias blancas con saucisse de Toulouse (salchicha de Toulouse) y confit de
pato, horneado con una fina capa de pan rallado para que se forme una costra
crujiente. Es realmente rico, con un característico sabor a grasa de pato que
lo convierte en un potaje muy singular.
Como siempre solemos pedir platos
diferentes para compartir y así poder probar más cosas, mi consorte se decidió
por un rico crêpe de "jambon blanc", queso Fourme d'Ambert (un queso
azul de sabor suave) y "morille", que es como le dicen en Francia a
la "colmenilla", una de las setas de primavera más apreciadas. Ah, y
un señor francés de lo más simpático nos regaló la media botella de vino rosado
de Gaillac que le había sobrado de la comida y que de muy buena gana
aceptamos!!
Desde la bella Albi dimos un buen
salto, introduciéndonos en el Perigord Noir para caer en Sarlat-la-Caneda,
circulando por carreteras locales y atravesando el parque natural de Causses du Quercy, dejando a
los lados preciosos château con sus
viñedos de la AOC Gaillac, abadías románicas y rebosantes ríos como el Garona,
el Tarn, el Lot o el Dordogne.
Sarlat es difícil de describir...es como si alguien hubiera
diseñado un decorado para una película de corte medieval y les hubiera dado
pena desmontarlo. Sinceramente, he visto pueblos muy bonitos en mis casi 36
años, pero mucho me temo que Sarlat se encaramará de momento al primer puesto
de la lista. Adoro el arte medieval, las iglesias románicas y góticas, los
suelos empedrados, los balcones con flores, las fachadas con vigas atravesadas,
claro ejemplo de la arquitectura medieval...pues Sarlat es todo esto junto, muy
limpio, muy bien cuidado, muy recogido todo en un casco histórico delicioso...y
más delicioso aún por los escaparates de las tiendas que nos mostraban algunos
de los más exquisitos foies que se pueden encontrar en la actualidad y los
famosos tintos de variedad Malbec de Cahors...Esa noche entramos a cenar a un singular local, "Chez le Gaulois", donde nos dejamos seducir de nuevo por lo más típico de la cocina de la zona. En este caso, una especie de gratén de patata con "lardons" (bacon curado en tacos), cebolla y queso Reblochon, llamado "Tartiflette". Y como nos apasiona el queso y estar en Francia y no comer queso es un pecado, nos trajeron también un "Asiette de fromages", con especialidades de la zona del Jura, quesos de montaña excelentes, con confitura de cerezas.
La mañana siguiente amaneció un dia memorable, luminoso y fresco, ideal para que Sarlat se nos mostrara con toda su belleza abrumadora. Justo paseando por sus callejuelas nos dimos cuenta que esta pequeña villa de 900 habitantes se puede disfrutar con los cinco sentidos, literalmente: el tacto de la piedra, el silencio que reinaba en algunas de sus calles o recoletas placitas, la vista totalmente absorbida por la belleza de sus casas y rincones, el sabor de los productos que tienen origen en sus campos y granjas...y el olor. Si señores, un olor que hoy en día solo se puede disfrutar en cuatro pueblos contados: olor a pan recién hecho, olor dulzón a obrador y levadura. En definitiva, el olor de las "boulangeries" que a las 9 de la mañana abrían sus puertas para ofrecer lo que durante la noche se había estado cociendo en sus hornos. Yo estaba a punto de llorar de la emoción, y para "consolarme", nos compramos un "briochette" y un hojaldre relleno de "tatin" de manzana...y no voy a seguir, que empezaré a salivar!! Paseamos el pueblo de arriba a abajo, descubriendo sus rincones y alguna que otra sorpresa, como saber que detrás de las enormes puertas de una iglesia gótica se encontraba un coqueto mercado donde compramos unos "macarons" artesanos que tardaré mucho tiempo en olvidar!!
De Sarlat poníamos rumbo de nuevo a Toulouse, pero con paradas por el camino. La primera en el bello pueblo de Domme, donde es imprescindible visitar su maravilloso mirador sobre el río Dordogne. Y desde Domme (con nuevos vinos comprados, que se sumaban a los que ya habíamos comprado en Sarlat y en Albí), nueva parada en Cahors. Esta ciudad tiene una singular iglesia con cúpulas y un puente medieval bien majo, luego decidimos parar para hacer una visita rápida y comer algo ligero. En esta ocasión también nos decidimos por platos franceses típicos, como una quiche de queso azul y jamón ahumado y un "croque-monsieur" espectacular!!
Y así volvimos a Toulouse, la 5ª ciudad de Francia, ciudad universitaria y llena de arte y cultura, con una oferta gastronómica interesante, tanto en locales para comer o cenar, pastisseries, boulangeries, tiendas gourmets, etc. Uno de nuestros grandes descubrimientos fue "La Flor de Tunis", una confitería árabe llena de pequeñas maravillas elaboradas con frutos secos, miel y azúcar, de formas caprichosas y sabores caseros. Desde que compartí casa y experiencias con mi buen amigo Mohamed Kardali y descubrí la excelencias de la repostería del norte de África, siempre que paseo por algún barrio con presencia de inmigrantes magrebíes intento buscar alguna carnicería o tienda de alimentación, porque se que voy a encontrar un buen surtido de estos dulces, con aroma a flor de azahar y almendra y que me parecen realmente exquisitos. No dudéis en probarlos, no os defraudarán.
Aprovechando que algunos supermercados estaban abiertos, decidimos que había que hacer acopio de más vino, mostazas, queso y galletas, que en Francia hay una enorme variedad y a unos precios la mar de competitivos. Si a esto le sumamos las latas de foie y terrinas de pato que habíamos comprado en Sarlat, el post-viaje iba a tener mucho sabor francés.
En la noche del domingo nos decidimos a probar la salchicha
de Toulouse, otro de los embutidos típicos de la zona. Ya la habíamos probado
como parte de la "cassoulette", pero nos apetecía probarla de otra
manera. Así que dimos un paseo por el casco viejo de Toulouse y en una terraza
encontramos una cafetería donde poder probar este embutido en dos
elaboraciones, con carne de cerdo y con carne de pato. Volvimos a darle a las
"frites maison" y a la tabla de quesos, para no perder las buenas
costumbres.
El lunes era el día de volver, pero como somos muy astutos,
nos habíamos dejado uno de los platos fuertes para el final. Después de ver el
rio Garona y la catedral de Saint Ettiene, nos encaminamos hacia una de los
lugares que tenía bien apuntados en la guía de viaje: L'Entrecôt. Es un local bastante
singular, ya que es monoplato. Se come entrecot, y punto. Nada más, aparte de
los postres. Es decir, no puede llegar nadie y decir que quiere otra cosa, si
te sientas es para comerte el entrecot, de vacuno europeo, fresco, al punto,
fileteado en porciones muy adecuadas para no tener ni que cortarlo con el
cuchillo, con una salsa de mantequilla, ajo y yo que se...estragón, por decir
algo!! Y patatas fritas "a volonté", esto es, que si se te acaba la
montaña que te ponen, puedes pedir más hasta que revientes!!
Nos sentamos, nos preguntaron como queríamos la carne, nos
trajeron la ensalada de entrante y luego la carnaza. Me pareció muy rica, con
un sabor diferente al que nosotros le damos a nuestras salsas, pero si
estábamos en Francia para algo era para probar cosas nuevas. Y salimos
encantados, con un sabor de boca exquisito. Y con esto y un bizcocho, nos
cogimos el coche y 400 km. después, estábamos en Pamplona de nuevo. Me he enamorado un poquito de Francia, me ha parecido un
sitio fantástico en todos los aspectos y creo que debo volver. La próxima vez
iremos hacia el norte, para conocer la zona de Burdeos, Saint Emilion y vete tu
a saber si incluso los castillos del Loira. Pero eso será más adelante. Por lo
pronto, solo puedo decir que "Francia está para comérsela"!!